A mis padres del monte.

El monte santafesino y el verdor profundo de los árboles, el aire se impregna según la época del año de la savia y las flores silvestres, mezcladas con los jardines y cadenas de lapachos que tiñen de colores el pueblo. El chasquido intenso del hacha y el sapukay, grito de poder, alertador y triunfante derrumbando al colosal quebracho colorado. Así recuerdo a mi padre, obrajero, luego obrero, el de los ojos verdes buenos junto a él una muchacha de belleza morena, campesina, leal que en su vientre acunó  siete vidas, los primeros en la soledad del monte fueron dibujándose alas por no contar con la ayuda para poder nacer. Hasta que Dios en el que siempre creyó y pidió, ayudada por una “madama”, como se decía en aquellas épocas a la partera, pudo seis retoños de tez cobrizas y ojos claros ser el milagro que espero en aquel monte que daba y quitaba según sus leyes. Cuando nacimos dijo la madama “mellizas y entran en una caja de zapatos” Yo: Teresa Angélica, mi hermanita Teresa Mercedes,  mi madre considero la mayor bendición…pero al año mi hermanita al cielo también voló. La forestal y la explotación del quebracho fue el motor de donde todo y todos funcionaban. Mi padre conocía como la palma de su mano el monte donde su espalda y el hacha nos sostuvieron como familia para después pasar a ser obrero, con el coraje y la fuerza a pesar de su cuerpo que se debilitaba para sacarnos adelante.

El sonido de la sirena de la fábrica es algo que jamás olvidaré, anunciando entradas y salidas. Se madrugaba siempre, el mate acompañaba, mi madre siempre le tenía listas sus alpargatas, ropa de trabajo, pañuelo al cuello, sombrero y algo para comer.

Viví en la parte no visible del pueblo, donde la luz eléctrica, las buenas casas y la perfección de la empresa no llegaba y a esa edad de mi infancia no me importaba,  era feliz con lo poco que teníamos, pero no comprendía por qué nosotros éramos “diferentes” a los hijos de los empleados.

Tantas historias, creencias: “Los aparecidos” en el puente, el hombre de la bolsa o pasar volando al cruzar por la casa de la “Escolástica” que se ría muy fuerte y le tenía miedo, con el tiempo supe que actuaba de esa manera por haber perdido a sus hijos, la tristeza la enloqueció. Mi casa un rancho largo con un horno de barro al costado donde mi madre hacia pan para vender.

Tal vez nos faltó mucho o tal vez tuvimos todo: infancia con alegría de comer pisingallos, jugar en la cuneta navegar en tachos como canoas, ir al monte a buscar leña y traerla al hombro con papá y mis hermanos Piti, Lucia, Mari, Chila…adueñarnos de ese monte por un ratito, de sus árboles, encontrar o imaginar figuras en sus ramas, escuchar el canto de las aves y cantar con ellas, escuchar las historias de mi padre Don Eulogio Cuevas y ver la sonrisa blanca tan inolvidable de mi madre Doña Carmen Alegre aunque en realidad se llamaba Elisa Alegre. Un pequeño homenaje para ellos que sé que dónde están mi alma siempre cuidarán

Autores: Teresa Angélica Cuevas- Fabiana Faisal.